Memory and the Senses (La Memoria y los Sentidos )
About Cat Lamond
Cat Lamond is a student at Mount Holyoke College majoring in anthropology. Her interests in ethnobotany and cultural anthropology lead her to complete a 10-week internship, guided and supervised by Carla Willoughby, at the Monteverde Institute medicinal plant garden in Costa Rica. These blog entries chronicle her experiences with the people, places, and plants that she encountered during her internship. She hopes this form of documentation will shed light on the thriving medicinal plant culture that exists in Monteverde and in Costa Rica at large.
Memory and the Senses
For me, a perfect morning begins with a stroll through the gardens here at the Institute. Being so far away from home, the wafting aromas of familiar herbs colliding with one another conjures up vivid memories of family, kitchens, and the great outdoors of Massachusetts. As I stop to pluck fresh mint leaves for my piping hot tea, the sudden whiff of an herb is enough to transport me to another time and place entirely. A moment in the herb garden is truly a transcendental experience.
Sensory experiences, like those we have with the taste of food or the fragrance of flowers, are powerful because they are complete. They serve as mental points of reference that steer the memory to a specific time and place in the past, if only for a moment. For instance, when I smell the herby, savory scent of thyme, a visceral feeling calls me back to making roast chicken with my father as a child. I recall following him to the herb garden where we kept our humble patch of rosemary, thyme, sage, and oregano: the kitchen staples. In the kitchen, my childhood stature only measured up to my father’s hip, but my eyes could peer just above the countertop where all the cooking magic took place. I studied him as he prepared the chicken, stopping to let me sniff the thyme before stuffing it in the big empty cavity. It was there that I became acquainted with the scent and recognized that this was a vital step in readying the bird for the oven where it would actualize its ultimate flavor potential. Pint-size me knew that all this effort would ultimately give way to the moist, herbaceous, and delectable eating experience that I knew and had always loved.
The point of my anecdote is this: not only do I remember the smell of thyme, I recollect an emotion associated with a scent and a time and a place. I remember standing in my garden with a pair of scissors excited to collect ingredients alongside my father (obviously exhibiting impeccable scissor safety precaution: clutching them out in front of me with an extended arm, pointy side down. duh). I recall the normalcy of watching my father cook all of our family’s meals as a stay-at-home dad. I remember the joy of sitting at the dinner table with my parents after watching humble ingredients like thyme and butter and salt turn a yellow rubbery slab of meat into a thing of sheer roast-y wonder. Vibrant details like these enrich the memories of monumental (and minuscule) moments in the past, the moments that collectively form our history. And although from time to time they might get lost in faraway fissures of our consciousness, they are the fractions of the past of which we long to be reminded. And it only takes a familiar scent.
The lavender plant we have growing in the Institute garden provides another personal example of evocative plant memories. The smell of lavender is both delicate and full of body, a paradox I can’t quite wrap my head around. Used mainly in the form of oil, lavender has calming properties that help one relax and even induces sleep. I remember as a kid my mom would sprinkle lavender essential oils on my pillowcase to help me fall asleep. The deeply earthy scent was somewhat bold but still calming, and before I knew it, I was fast asleep. There was also that time I walked into a vintage shoe store where the proprietor promptly offered me homemade lavender sugar cookies upon entry. Mind blown.
Anyway, our little lavender sprigs inspired me to make an herbal product that showcases a plant to which I owe so many restful nights and flabbergasted tastebuds. Without further ado, I give you LAVENDER HONEY:
Acerca de Cat Lamond
Cat Lamond es una estudiante de Mount Holyoke College que se especializa en antropología. Sus intereses en etnobotánica y antropología cultural la llevaron a completar una pasantía de 10 semanas, guiada y supervisada por Carla Willoughby, en el jardín de plantas medicinales del Instituto Monteverde en Costa Rica. Estas entradas de blog relatan sus experiencias con las personas, lugares y plantas que encontró durante su pasantía. Ella espera que esta forma de documentación arroje luz sobre la próspera cultura de plantas medicinales que existe en Monteverde y en Costa Rica en general.
La Memoria y los Sentidos
Para mí, una mañana perfecta comienza con un paseo en los jardines del Instituto. Al estar tan lejos de casa, los aromas flotantes de hierbas familiares colisionando entre sí evocan vívidos recuerdos de la familia, la cocina y el aire libre de Massachusetts. Cuando me detengo a arrancar hojas de menta fresca para tomar mi té caliente, el súbito olor de una hierba es suficiente para transportarme a otra hora y lugar por completo. Un momento en el jardín de hierbas es verdaderamente una experiencia trascendental.
Las experiencias sensoriales, como las que tenemos con el sabor de los alimentos o la fragancia de las flores, son poderosas porque son completas. Sirven como puntos de referencia mental que dirigen la memoria a un tiempo y lugar específicos en el pasado, aunque solo sea por un momento. Por ejemplo, cuando huelo el aroma a hierba, salado del tomillo, una sensación visceral me recuerda cocinar pollo asado con mi padre cuando era niña. Recuerdo haberlo seguido hasta el jardín de hierbas donde guardamos nuestro humilde parche de romero, tomillo, salvia y orégano: los alimentos básicos de la cocina. En la cocina, mi estatura infantil solo medía hasta la cadera de mi padre, pero mis ojos podían mirar justo por encima del mostrador donde se producía toda la magia de la cocina. Lo estudié mientras preparaba el pollo, parándome para dejarme oler el tomillo antes de meterlo en la gran cavidad vacía. Fue allí donde conocí el aroma y reconocí que este era un paso vital en la preparación del ave horneado, donde se culminaría su máximo potencial de sabor. Aún pequeña sabía que todo este esfuerzo en última instancia daría paso a la experiencia de alimentación húmeda, herbácea y deliciosa que conocía y siempre me había gustado.
El punto de mi anécdota es el siguiente: no solo recuerdo el olor del tomillo, sino que también recuerdo una emoción asociada a un aroma, tiempo y lugar. Recuerdo estar de pie en mi jardín con un par de tijeras emocionada de recoger los ingredientes junto a mi padre (obviamente exhibiendo una impecable precaución con las tijeras: agarrándolas frente a mí con el brazo extendido, el lado puntiagudo hacia abajo.) Recuerdo que tan normal era ver a mi padre cocinar todas las comidas de nuestra familia como un padre que se queda en casa. Recuerdo la alegría de sentarme a la mesa con mis padres después de observar los humildes ingredientes como el tomillo, la mantequilla y la sal convirtieron un trozo de carne sin gracia en una delicia rostizada. Detalles vibrantes como estos enriquecen los recuerdos de momentos monumentales (y minúsculos) en el pasado, los momentos que colectivamente forman nuestra historia. Y aunque de vez en cuando puedan perderse en fisuras lejanas de nuestra conciencia, son las fracciones del pasado que más deseamos recordar. Y solo se requiere un aroma familiar.
La planta de lavanda sembrada en el jardín del Instituto proporciona otro ejemplo personal de recuerdos con plantas evocadoras. El olor a lavanda es a la vez delicado y lleno de cuerpo, una paradoja que no logro resolver. Utilizado principalmente en forma de aceite, la lavanda tiene propiedades calmantes que ayudan a relajarse e incluso a induce el sueño. Recuerdo cuando era niña que mi madre rociaba aceites esenciales de lavanda en la funda de mi almohada para ayudarme a dormir. El aroma profundamente terroso era algo audaz pero aún tranquilizador, y antes de darme cuenta, estaba profundamente dormida. También recuerdo una vez entré en una zapatería “vintage” y al entrar, el propietario me ofreció galletas de azúcar de lavanda. Mente soplada
De todas maneras, nuestras pequeñas ramitas de lavanda me inspiraron a hacer un producto a base de hierbas que evidencia el poder de una planta a la que le debo tantas noches de descanso y papilas gustativas estupefactas. Sin más preámbulos, comparto la siguiente receta: