– The “Usual” Work Day -- Un día “normal”
The "Usual" Work Day - by Luis Carlos Beltrán - July 2013
Eventually it reaches the fingertips; in accordance with other parts of the body that have already been deprived of the power of sensation, the fingertips eventually forgive the strain and signal for time to be forgotten as part of anything at all. It is at this point that I work most efficiently… at least perhaps that is how it feels. It is as if I needed to first exhaust myself to the point of losing care for the perception of time before fully acquiring the motivation to do it all. There is however, another factor – when wasps are not furiously flying about all is well, all is enchanting, mesmerizing, hypnotizing, to the point that it does not feel like work anymore, but it does not feel like playtime either. It is a bit of both, and it fluidly alternates between the different shades of each like two flames trying to catch each other shadows. Before heading out to Curi Cancha equipping the right tools is essential. I trade my tennis shoes for rain boots, my necklace becomes a holder for the DBH (Diameter Breast Height) tape, my left shoulder becomes a one-limb circus show as it balances in place a three-meter long metal pole, and my right hand grips a machete perhaps entranced in the belief that it is actually the arm of a reincarnated myrmidon.
At the beginning I must admit I am overwhelmed. The field is vast, order is incomprehensible, the foliage dense, and somewhere a three-wattled bellbird bonks nonchalantly in the dead of silence. My task is to find the marked trees in this plot in Curi Cancha, map them out relative to other trees, and take down their measurements. The key, is finding at least two consecutive trees that still have their tags on. From there the field now has limits and order is apparent. While the foliage is still undoubtedly dense, the nonchalant three-wattled bellbirds now bonk in junction with the delightful lyrics that effervesce form the music player in my pocket in jollification of such precious experiences much like the one that now unfolds right here before me. Key to getting to the trees is a special dance move of the highest order: first one must thrust the arms forward with the machete and metal pole. This signals anything that might be hiding in the bush to skedaddle and make scarce of their presence. Or chase me, really, sometimes they chase. Next, the left foot steps right below and between the machete and pole. Following that, one must now push the machete and pole apart and thrust the weight of the body into the foliage in front. If done correctly, a path should reveal itself, and all that is left now is to chop whatever might be left in the path. Alternatively, if what stands in my way is simply tall grass I take a couple steps back and with some impulse catapult myself into the field of mesophyll and swim my way across. As noted previously, it is an exhausting exercise, but what starts as overwhelming trades winds with the exhilarating. It is then that the sensation of pain and the perception of time lose their right to complain and all that is left is a stubborn focused desire to complete the map and venture over yonder.
So that is my “usual” workday. In essence there is a bit of a mystical aspect to the task. It is a bit like doing what my brain had always wanted to do that my body had always avoided trying. I am very excited to finish the database and map and run statistical analyses to observe what patterns or characteristics we can find that are unique to the trees in Curi Cancha. As an aspiring biologist and renowned head-in-the-clouds explorer, working in Monteverde is an indispensable experience worth adding to my growing storybook of adventures and trials.
Photography: Selena Avendaño
Eventualmente, aterriza en las puntas de los dedos; de acuerdo con todas las otras partes de un cuerpo depravado de el poder de la sensación, las puntas de los dedos llegan ya a olvidarse del dolor y dan por aviso que ha llegado la hora de olvidarse del pasar del tiempo. Es en esos momentos que me siento trabajar de forma más eficiente… o por lo menos, así es como se siente. Es como si tuviese que exhaustarme hasta el punto de perder la percepción del tiempo como condición especifica para poder adquirir la motivación necesaria para hacerlo todo. Sin embargo, hay otro factor – cuando las avispas no revoletean furiosas en el aire todo esta bien, todo es encantador, todo es un mesmerismo, todo es hipnotizante, y todo es así hasta el punto que el trabajo ya no es trabajo, pero tampoco juego. Es un poco de los dos, un fluido claroscuro que alterna quisquillosa entre opuestos así como dos llamas encendidas de placer por alcanzar primero la sombra de la otra. Antes de salir hacia Curi Cancha se es necesario preparar las herramientas indispensables para el trabajo. Mis tenis los cambio por un par de botas de hule, my collar carga con la responsabilidad de sostener la cinta para medir el diámetro, mi hombro izquierdo balancea un barrote de hierro con tres metros de longitud como perteneciese al cuerpo de un malabarista de la misma forma que mi mano derecha convencida de pertenecer al brazo de un mirmidón, sostiene resplandeciente al machete con su filo.
Admito sin problema que el principio siempre es abrumador. El campo es vasto, el orden incomprensible, el follaje denso, y en algún lugar distante un pájaro campana toca su canto de campana cómo para matar a un silencio ya muerto. Mi misión es encontrar los árboles marcados con placas metálicas, registrarlas en el mapa en posición relativa a los otros árboles, y tomar las medidas necesarias. La clave es encontrar dos árboles consecutivos que todavía tengan sus placas metálicas. De ahí, ahora el campo vasto tiene sus limites, el orden incomprensible se somete a la realidad mística de la lógica, y aunque el follaje sigue denso, se escucha en la lejanía un pájaro campana que alegre canta al son de Juan Luis Guerra o Carlos Vives, o quién sea que anda cantando bellezas musicales desde el fondo de mi bolsillo. Clave para atravesarse por el campo es un paso de baile muy singular: primero uno debe tirar los brazos con el machete y el barrote hacia delante. Esto ayuda a espantar a cualquier animalucho que ande escondido entre la maleza. O les avisa para que me persigan; muchas veces es así. En todo caso, el paso siguiente es paso izquierdo hacía delante por debajo del barrote y el machete. Para finalizar, se abalanza el cuerpo hacia delante y se esfuerza para abrir los brazos y separar al machete del barrote. Si se hizo correctamente, debería presentársele un camino hacia el árbol deseado. Lo único que falta ahora es cortar lo que no haya respetado el paso de baile forestal usando el filo del machete. Alternativamente, si lo que se presenta al frente mío es un mar de pasto lo único que se puede hacer es nadar. Como pueden notar, es un trabajo que alberga cansancio, pero lo que comienza como abrumador cambia de color por un tono más excitante. Es entonces cuando la sensación de dolor y la percepción del tiempo pierden su lugar y verosímil relevancia, y lo queda es una sensación de enfoque total en la tarea por terminar y una determinación con irrevocable resistencia, y luz, y al final una tacita de café.
Y eso, eso es mi día “normal”. Es realmente asombroso – es como hacer lo que mi cerebro siempre quiso hacer pero que mi cuerpo siempre evadió intentar. Es por eso mismo que ansió terminar el mapa y la recolección de datos para poder realizar las estadísticas necesarias para concluir una investigación hecha bien e impecable. Cómo biólogo aspirante y reconocido hombre-de-las-nubes, estar aquí trabajando en Monteverde es algo así como un sueño que se salio de su cabeza. Una experiencia única, un azul aún no descrito, un lugar donde el cuerpo se sale de su contexto.